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Tiempo de esperanza

Comenzamos un nuevo tiempo de Adviento, que nos prepara para celebrar la Navidad. Si bien cada año celebramos el Adviento, no se trata de una mera repetición cíclica o rutinaria de algo ya vivido en el pasado, sino que cada vez es un tiempo nuevo, porque nuestra propia situación, las circunstancias en las que nos encontramos y el mismo acontecer de Dios son nuevos, es decir distintos a los años anteriores.

El Adviento dura alrededor de cuatro semanas. Es un tiempo de espera, en el que la Iglesia se prepara para celebrar el nacimiento de Jesús y para acogerlo como nuestro Salvador. El Adviento está dividido en dos partes. La primera nos recuerda la parusía del Señor, o sea su segunda venida, y nos invita a levantar los ojos hacia Jesús que vuelve. Es el mismo Hijo de Dios que hace más de dos mil años se encarnó y se hizo hombre en el seno de la Virgen María, resucitó de la muerte, subió al Cielo y ahora regresa para juzgar a vivos y muertos y llevar a plenitud su Reino. La primera etapa del tiempo de Adviento, entonces, tiene por finalidad recordarnos que Jesús volverá en su gloria para llevar al Cielo a aquellos que estén dispuestos a ir con Él y que lo ponen de manifiesto tratando de ajustar su vida cotidiana al Evangelio que nos dejó como legado.

Vivir de esta manera la primera parte del Adviento nos dispone a examinar cómo estamos llevando nuestra vida. Y si somos sinceros llegaremos a la conclusión de que nuestros buenos propósitos y nuestras solas fuerzas no son suficientes para que Jesús nos lleve al Cielo. Si, sin defendernos ni tratar de autojustificarnos, nos dejamos iluminar por la Palabra de Dios, veremos que todavía tenemos muchos pecados. Reconocer esto nos abre a celebrar bien la segunda parte del Adviento, porque brota en nosotros el deseo, o hasta la necesidad, de que Jesús venga a salvarnos. De esta manera, el Adviento nos prepara para la Navidad, porque en ella celebramos que Dios se hace hombre para cargar con nuestros pecados y, a través de su propia carne, clavarlos en la Cruz y darnos a cambio su Espíritu Santo que hace posible que vivamos conforme al Evangelio, capacitándonos para pasar de una vida egoísta a una vida de gracia y buenas obras.

El pecado nos impide ser felices, porque nos quita la vida divina, nos carcome por dentro, nos cierra al amor y nos deja en la cárcel de nuestro yo. En este contexto, si vivimos bien el tiempo de Adviento, brota en nuestro corazón el deseo de que Jesús venga en esta Navidad a salvarnos para que, cuando regrese en su segunda venida, nos encuentre santos e inmaculados ante Él por el amor, nos encuentre con los brazos abiertos de par en par para dejarlo que nos abrace y que, como Buen Pastor, nos ponga sobre sus hombros y nos lleve al Reino de los Cielos para el cual nos creó y donde quiere que vivamos con Dios por toda la eternidad. Ante el riesgo de que no vivamos bien el Adviento sino que nos dejemos distraer demasiado pensando en los aspectos meramente materiales y pasajeros de la Navidad, como por ejemplo los regalos o ciertos compromisos, el año pasado el Papa Francisco nos recordó que “el Adviento es el momento de acoger al Señor que viene a reunirse con nosotros, mirar hacia el futuro y prepararse para el regreso de Cristo” (Angelus, 2.XII.2018); y, en la misma línea, hace unos días nos ha deseado que “la espera del Salvador llene vuestros corazones de esperanza y os encuentre alegres en el servicio de los más necesitados” (Audiencia, 27.XI.2019).

¡Buen Tiempo de Adviento para todos!

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa