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Bienaventurados los pobres

En su mensaje para la V Jornada Mundial de los Pobres que celebramos este domingo, el Papa Francisco plantea “un enfoque diferente de la pobreza”. En cuanto a la sociedad en general, este nuevo enfoque es necesario porque, nos dice: “Si se margina a los pobres como si fueran los culpables de su condición, entonces el concepto mismo de democracia se pone en crisis y toda política social se vuelve un fracaso”. En cuanto a la Iglesia, el cambio de enfoque requiere tener presente que: “Los pobres no son personas ‘externas’ a la comunidad, sino hermanos y hermanas con los cuales compartir el sufrimiento para aliviar su malestar y marginación”. En ambos casos, el fundamento de este nuevo enfoque es Jesús que, como enseña san Pablo, “siendo rico se hizo pobre por ustedes, para enriquecerlos con su pobreza” (2Cor 8,9), y “siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo” (Flp 2,6-7).

En síntesis, como dice el Papa: “Jesús no sólo está de parte de los pobres, sino que comparte con ellos la misma suerte”, de modo que los pobres son “un signo concreto de su presencia entre nosotros”; o, como lo ha dicho también en otras ocasiones, hay una presencia real, hasta casi sacramental, de Cristo en los pobres. Por eso, “estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos”, “entender cómo se sienten, qué perciben, qué deseos tienen en su corazón” y “recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”; hasta el punto que: “quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos”. Desde esta perspectiva, el nuevo paradigma que el Papa propone incluye que vayamos al encuentro de los pobres, allí donde estén: “No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden”.

La fe cristiana no se reduce a la adhesión a ciertos dogmas sino que implica, necesariamente, un estilo de vida coherente con las enseñanzas de Jesús, que dijo: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y los ladrones abren boquetes y los roban” (Mt 6,19), y también: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea el esclavo de todos” (Mc 10,43-44). Todos somos pobres de algún modo. Uno de los grandes problemas del hombre, sin embargo, es que no acepta su pobreza radical, ontológica, y por eso trata de taparla, ocultarla detrás de los bienes materiales, el poder mundano y la vanagloria. En Jesús de Nazaret, Dios nos ha revelado el valor de la pobreza y el amor como única vía capaz de satisfacer nuestras ansias más profundas de felicidad. Acercarnos a los pobres, acogerlos y hacernos uno con ellos requiere que descubramos primero nuestra propia pobreza. No tengamos miedo de hacerlo, porque como también aseguró Jesús: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de Dios” (Lc 6,20).

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa