Fiesta Juvenil
Por quinto año consecutivo, desde la noche del 31 de octubre hasta el mediodía del 1 de noviembre hemos celebrado, en el Santuario de Chapi, la Fiesta Juvenil de la Fe. El primer año asistieron unos mil quinientos jóvenes, este año han ido más de siete mil. ¿Qué hace que cada año aumente el número de asistentes? El Santuario de Chapi queda lejos y para participar en la fiesta los jóvenes deben organizarse por grupos, pagar un ómnibus que los lleve, dormir en carpas sobre el suelo, con la incomodidad que eso significa, y llevar sus propios alimentos. ¿Qué los anima a pasar por toda esa precariedad, en lugar de quedarse en la ciudad a celebrar el Halloween como lo hacen muchos de sus amigos? Nadie los obliga a ir a Chapi a pasar una vigilia que, si bien tiene muchos ratos de entretenimiento y diversión, es una celebración marcada por la oración, la predicación del Evangelio y la reflexión. Pese a eso, cada año van más jóvenes, y no sólo desde Arequipa sino también desde Caylloma e Islay. ¿Por qué van? Según su propio testimonio, los jóvenes van porque pasan una noche estupenda y vuelven contentísimos a sus casas con una fuerte experiencia de Dios, tenida no sólo durante los ratos de oración sino también durante el concierto musical, los ratos de baile y de esparcimiento que disfrutan en compañía de otros jóvenes, los sacerdotes que los acompañan y su arzobispo.
Esto pone de manifiesto que, como hace algún tiempo dijeron los Obispos de América Latina y el Caribe, los jóvenes “no temen el sacrificio ni la entrega de la propia vida, pero sí una vida sin sentido…Tienen capacidad para oponerse a las falsas ilusiones de felicidad y a los paraísos engañosos de la droga, el placer, el alcohol y todas las formas de violencia” (Aparecida, 443). Sin embargo, además de los miles de jóvenes que van a Chapi, vemos otros miles que se quedan en la ciudad a celebrar Halloween, muchas veces drogándose, emborrachándose, cayendo en todo tipo de excesos y causando desorden en la ciudad. ¿A qué se debe?
Mi larga experiencia de apostolado con los jóvenes me ha permitido comprobar que, en su búsqueda del sentido de la vida, cuando se les plantea bien les atrae la posibilidad de ser amigos y discípulos de Jesucristo, les gusta el Evangelio y las altas metas que éste les presenta. Los jóvenes quieren ser felices, anhelan amar y ser amados; eso significa que tienen sed de Dios. Nos corresponde a nosotros, los adultos, llevarlos a su encuentro. Es cada vez más urgente que, sobre todo, los padres de familia, los sacerdotes católicos y líderes de otras religiones tomemos conciencia de que los jóvenes necesitan de nosotros para que los guiemos y acompañemos en el camino de la vida, que comienzan a transitar por sí mismos pero que requiere de personas que, con su ejemplo, cercanía y consejo, les ayuden a descubrir la verdad, la bondad y la belleza de la vida cuando se vive en comunión con Dios, con el prójimo y con toda la creación. Esto requiere que les dediquemos buena parte de nuestro tiempo y que lo hagamos con paciencia, entrega y mucho amor. Hacerlo nos hará bien también a nosotros.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa