Fiestas Patrias en crisis nacional
La celebración del 197º aniversario de la independencia nacional nos llama a la alegría y el agradecimiento. Alegría por formar parte de este bello Perú. Agradecimiento a Dios que nos lo ha dado en herencia y a nuestros antepasados que, con su trabajo, esfuerzo y sacrificios nos han legado el patrimonio que conforma nuestra patria. Patrimonio rico en ese territorio tan grande y variado que se extiende desde las bellas costas del Pacifico hasta la exuberancia de nuestra Amazonia, pasando por la nobleza de los Andes peruanos; pero más rico todavía por las poblaciones que lo habitan en su diversidad cultural y étnica y en la pluralidad de tradiciones y costumbres. Patrimonio que además está conformado por un elemento que la misma Constitución Política del Perú califica como constitutivo de nuestra identidad nacional: la fe católica, que es la mayor riqueza que hemos heredado de nuestros padres.
Alegría, pues, y agradecimiento, pero al mismo tiempo reconocimiento de que estamos pasando por uno de los inviernos más crudos de nuestra vida republicana; y no me refiero tanto al aspecto meteorológico, aunque ciertamente está haciendo bastante frio este año, sino a algo más grave como son esas nubes tan oscuras que opacan el presente de nuestra nación. Las nubes de la corrupción que afectan a los tres poderes del Estado y se extienden a gobiernos regionales y locales, empresas privadas y sectores de la sociedad civil. No podemos decir que nuestras instituciones están corrompidas, porque sería una generalización falaz, pero podemos afirmar que todas ellas están infectadas por ese virus maligno que no deja de extenderse.
Sin embargo, ante esta realidad que nos preocupa y entristece, ante esas sombras que incluso han ofuscado rápidamente la alegría de nuestra participación en el mundial de fútbol, la fe nos recuerda que Dios existe y que por encima de esas nubes hay un sol resplandeciente: Jesucristo, el Señor, el sol que nace de lo alto y quiere iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1,78-79). Por eso, al reafirmar los sentimientos patrios estamos llamados también a reafirmar nuestra identidad católica y a preguntarnos cómo podemos cooperar para que esas nubes se disipen y el verdadero sol vuelva a brillar en nuestro querido Perú.
Ciertamente, la solución a la grave crisis moral por la que está atravesando el país no es fácil, pero tampoco es imposible de alcanzar. Por el contrario, está al alcance de todos y depende de cada uno ponerla en práctica. Consiste en reconocer que, como nación, nos hemos equivocado al alejarnos de Dios e ir detrás de los ídolos del mundo; porque sólo un corazón idólatra es capaz de renunciar a los valores morales y buscar su propio interés aun a costa de destruir la vida de los demás. Consiste también en volver a Dios y dejarnos purificar por Él, abriéndonos a su amor que todo lo perdona y lo regenera. Consiste, en síntesis, en volver a darle a Dios el lugar que le corresponde en nuestras vidas y nuestra sociedad, escuchar su Palabra y buscar los sacramentos a través de los cuales Él nos hace partícipes de su vida divina y nos capacita para hacer el bien. El futuro del Perú está en nuestras manos, pero sobre todo está en las manos de Dios. Dejemos que Él nos guíe para que podamos llegar al Bicentenario de nuestra independencia por el camino del bien, la justicia y la paz.
¡Felices Fiestas Patrias!
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa