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Mirar al que traspasaron

Varios siglos antes del nacimiento de Jesús, Dios anunció que llegaría el día en que “derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron” (Za 12,10). El espíritu al que se refiere el profeta es el Espíritu Santo, que Dios envió a la Iglesia naciente, reunida en el cenáculo, el día de Pentecostés. Gracias al Espíritu Santo, espíritu de gracia y de oración, los cristianos de todos los tiempos reconocemos en Jesús, crucificado y traspasado su corazón por una lanza, al mismo Dios que se hizo hombre para dar su vida por nosotros. San Pablo nos recuerda que, para salvarnos dcl infierno, el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad, no retuvo ávidamente su dignidad divina sino que se hizo hombre y, más aún, pese a no haber cometido ningún pecado se hizo pecado por nosotros (cfr. Fil 2,6-7; 2Cor 5,21). Ese es el camino que siguió Jesús: se despojó de sí mismo y asumió las consecuencias de nuestros pecados, para liberarnos del poder del demonio y abrir para nosotros las puertas del Cielo.

Las celebraciones en honor al Señor de los Milagros que estamos a punto de iniciar, configuran una llamada anual a volver nuestros ojos a esa imagen bendita, para contemplar a través de ella el misterio del amor de Dios que, en su Hijo Jesucristo, se ha dejado romper y ensangrentar por nosotros. Seguir en procesión nuestra venerada imagen es un modo adecuado de dar culto a Dios, en la medida en que nos permite mirar con los ojos del alma el recorrido realizado por Jesús e interiorizarlo en nuestra vida, porque el camino de Jesús es el camino del cristiano. Como hace un tiempo dijo el Papa Francisco: “si un cristiano quiere ir adelante en el camino de la vida cristiana, debe abajarse como se abajó Jesús” y “llevar sobre sí las humillaciones, como las llevó Jesús” (cfr. Homilía, 14.IX.2015).

La vida cristiana consiste en seguir las huellas de Jesús, cargando con mansedumbre y paciencia la cruz que a cada uno le toca llevar, en la certeza de que ese es el camino de la resurrección y la vida. El camino de Jesús es el camino del perdón y la misericordia que encuentran su fuente en el amor de Dios. No es el camino de la mera justicia humana, según la cual “el que la hace la paga”. La verdadera devoción al Señor de los Milagros implica, necesariamente, promover lo que el Papa Francisco llama la “cultura del encuentro”, dando siempre al otro, quienquiera que sea y cualesquiera hayan sido sus pecados, una nueva oportunidad, como Dios no deja de dárnosla. Implica también poner todo lo que está a nuestro alcance para vivir en comunión con Dios, con los hombres y con la entera creación.

Este mes morado nos invita a volver los ojos a Jesús, traspasado por nuestros pecados, y pedirle que nos conceda vivir unidos en la esperanza.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa