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Un arma contra el mal

La semana pasada recordábamos que, en el Perú, octubre es el mes morado, el mes del Señor de los Milagros. Hoy quisiera recordarles que también es el mes del Rosario, y no sólo en el Perú sino para los católicos de todo el mundo que, como escribió san Juan Pablo II, sabemos que rezar el Rosario es “contemplar con María el rostro de Cristo” (El Rosario de la Virgen María, 3) o, dicho de otro modo, contemplar los misterios de la vida de Cristo con la visión de fe que caracterizó a María. Probablemente una de las razones por las cuales el santo Rosario está tan difundido en la Iglesia es que en la medida en que vamos habituándonos a rezarlo se va abriendo ante nosotros la esencia y la potencia de la obra que Dios ha realizado en Cristo a favor nuestro.

Encontramos antecedentes del Rosario en el siglo IX, cuando los monjes rezaban cada día los 150 salmos que hay en la Biblia y los laicos, como sus labores habituales no les daban tiempo para rezarlos, en su lugar a lo largo de la jornada invocaban 150 veces el nombre de María. Posteriormente, en el año 1208 la misma Virgen se apareció a santo Domingo de Guzmán con un rosario en la mano, le enseñó a rezarlo con la fórmula que conocemos ahora, le encargó que lo difundiera y le aseguró que quienes lo rezaran obtendrían innumerables gracias. Más tarde, en el siglo XV se apareció a otro fraile dominico, Alain de la Roche, y le pidió que en cada decena del Rosario se meditara uno de los misterios de la vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Así se fue extendiendo esta oración, acompañada de signos que acreditaban su eficacia tanto en la conversión de los pecadores como en el fortalecimiento de la vida cristiana, pero también en batallas que se ganaron. La más conocida es aquella de Lepanto del año 1571, que salvó a Europa del peligro turco, como consecuencia de la cual el Papa san Pío V dispuso que cada 7 de octubre se celebrara la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, que su sucesor Gregorio III cambió por el nombre de Nuestra Señora del Rosario. La importancia de esta oración cristocéntrica y mariana es tal, que la Virgen ha insistido en ella en diversas apariciones, entre las que destacan las de Fátima y Lourdes, y los papas nunca han dejado de recomendarla encarecidamente.

En sus palabras al final de la audiencia general del miércoles pasado, 7 de octubre, el Papa Francisco dijo que el Rosario “es un arma que nos protege de los males y las tentaciones”; nos recordó que “nuestra Señora, en sus apariciones, a menudo exhortó al rezo del Rosario, especialmente ante las amenazas inminentes sobre el mundo”, y nos pidió que en este tiempo de pandemia lo recemos “por nosotros, nuestros seres queridos y por todas las personas”. En consonancia con el Papa, quisiera invitarlos a dedicar un rato cada día a rezar el Rosario o, al menos, una parte del mismo. Al principio puede parecer un poco monótono, pero si perseveran experimentarán que es el medio más conveniente para atraer la protección de la Virgen María, unirnos a ella y vernos fortalecidos en la fe, la esperanza y el amor (Pío XII, Incongruentium malorum, 3-4).

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa