Dignidad de la mujer
Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que cada año se celebra el 25 de noviembre, los últimos días se han realizado diversas manifestaciones públicas. En varias de ellas han participado delegaciones de parroquias, colegios y otras instituciones de la Iglesia, porque, como es natural, los cristianos estamos en contra de cualquier tipo de violencia y, por lo que se va sabiendo gracias a los medios de comunicación y las redes sociales, la violencia contra la mujer es verdaderamente alarmante no sólo en el Perú sino a nivel mundial. Violencia física, que algunas veces ocasiona hasta la muerte de la víctima; violencia psicológica, que se manifiesta también, por ejemplo, en la presión que la sociedad, el Estado o la pareja de turno ejerce sobre la mujer para hacerla abortar, porque el aborto es una de las peores formas de violencia contra la mujer ya que destruye su ser más íntimo; violencia sexual, que no se limita a la violación sino que incluye, por ejemplo, el modo a través del cual un joven chantajea a su enamorada para que tenga relaciones sexuales con él, amenazándola con romper la relación si no lo hace.
Estas formas de violencia y otras que día a día nos transmiten las noticias, se da muchas veces en el seno de la familia, en las escuelas y otras instituciones educativas, en el centro de trabajo y en la misma calle. La cometen todo tipo de personas, desde esposos o padres hasta políticos de las diversas tiendas y actores de cine o directores de teatro. Por lo general son hombres, pero algunas veces también son mujeres que ejercen violencia contra otras mujeres. En todos los casos, la violencia contra la mujer pone de manifiesto que quienes la cometen ignoran y atropellan la dignidad de sus víctimas. Cuánto bien haría a la sociedad conocer y aplicar las enseñanzas de la Iglesia sobre la mujer. Leer, por ejemplo, al papa Pío XII que ya en la década de 1940, mucho antes que surgiera el denominado “movimiento de liberación femenina”, hablaba de la dignidad de la mujer, como lo hizo también el concilio Vaticano II al inicio de la década de 1960 y los papas posteriores, especialmente san Juan Pablo II que predicó y escribió mucho sobre la mujer. Lamentablemente, como sucede hoy respecto a la ideología de género, mucha gente no sigue las enseñanzas de la Iglesia y así se ha terminado cosificando a la mujer.
La mujer no es un objeto ni es una sirvienta del hombre, como muchos piensan. El hombre tampoco es enemigo de la mujer, como otros nos quieren hacer creer. Dios ha creado al hombre y a la mujer para que, en la mutua complementariedad que brota de su diferencia sexual, vivan en comunión y en la donación recíproca, haciendo así presente en el mundo el amor trinitario. Dios ha encomendado al hombre el cuidado de la mujer y a la mujer el cuidado del hombre. Ambos están llamados a amar y a ser amados, porque sólo el amor corresponde a aquello que es la persona. La verdadera educación sexual es, por tanto, la educación en el amor y en el respeto mutuo que brota del reconocimiento de la igual dignidad que tenemos hombres y mujeres.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa