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SUBIR AL MONTE

El domingo pasado, primero de Cuaresma, el evangelista Lucas nos presentó las tentaciones de Jesús en el desierto, es decir, el combate de Jesús como hombre ante las tentaciones del demonio. En el evangelio de este domingo, el mismo Lucas nos relata otro episodio de la vida de Jesús: su transfiguración en el monte Tabor en presencia de los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, a quienes concede contemplar la gloria de su divinidad, la íntima compenetración de su ser con Dios. Como explicó el Papa Benedicto XVI: «ambos episodios anticipan el misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la tentación; por otra, lo contemplamos como Hijo de Dios, que diviniza nuestra humanidad» (Angelus, 17.II.2008).

Ambos acontecimientos iluminan el sentido de la Cuaresma: tiempo de mayor combate contra las insidias del demonio, en el que constatamos la fragilidad de nuestra naturaleza humana, pero que desemboca en la experiencia, en lo profundo de nuestro ser, de la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte. Iluminan también la finalidad de la vida cristiana, porque, en el Tabor, «el Señor nos hace ver el final de este recorrido que es la Resurrección, la belleza…que el punto de llegada al que estamos llamados es luminoso, como el rostro de Cristo transfigurado» (Francisco, Angelus, 17.III.2019). En palabras de san Pablo: «somos ciudadanos del Cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo: Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso» (Flp 3,20-21). ¿Cómo no dar gracias a Dios, que en Cristo transfigurado nos revela el sentido de nuestra vida, la gloria para la que hemos sido creados? La escena del Tabor, en la que Jesús habla con Moisés y Elías de su próxima pascua (pasión, muerte y resurrección), nos hace presente que el camino de nuestra divinización pasa por la cruz y que, como también dice san Pablo: «los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que un día se manifestará en nosotros» (Rm 8,18).

En esta segunda semana de Cuaresma los invito a subir con Jesús al Tabor. ¿Cómo? Como dice el Papa Francisco: «Subamos al monte con la oración, la oración silenciosa, la oración del corazón, la oración siempre buscando al Señor. Permanezcamos algún momento en recogimiento, cada día un poquito, fijemos la mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos invada y se irradie en nuestra vida» (Angelus, 17.III.2019). Y hagamos también lo que Dios Padre dijo a Pedro, Santiago y Juan en ese monte: «Este es mi Hijo, mi Elegido, escúchenle». Escuchemos a Jesús. Leamos cada día algún pasaje de la Biblia. Si lo hacemos así, no sólo esta semana sino cada vez un poquito más, constataremos que Él es la encarnación de toda esperanza humana, «una esperanza que disipa la tiniebla de nuestra existencia, del pecado y de la muerte», y que «nuestra vida es un camino hacia el paraíso, donde seremos amados y amaremos para siempre» (Juan Pablo II, 11.III.1979)

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
16.III.2025