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POBRES ENTRE LOS POBRES

En su mensaje para la VIII Jornada Mundial de los Pobres, que celebramos este domingo, el Papa Francisco nos recuerda que ante Dios «todos somos pobres y necesitados…porque sin Dios no seríamos nada, tampoco tendríamos vida si Dios no nos la hubiera dado». Dios nos ama a todos y procura cuidar de todos; pero, como un buen Padre, cuida de modo especial a los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren y los olvidados. Esto seguramente lo entienden bien los que tienen hijos: los papás y las mamás aman a todos sus hijos, pero tienen una solicitud especial por el que es más débil o está pasando por una dificultad mayor que los demás. Así también es Dios y así también estamos llamados a ser los cristianos, porque, como sigue diciendo el Papa: «Los discípulos del Señor saben que cada uno de estos “pequeños” [los pobres] lleva impreso el rostro del Hijo de Dios, y a cada uno debe llegarles nuestra solidaridad y el signo de la caridad cristiana».

En efecto, una de las características del cristiano es que conoce a Jesús, porque se ha encontrado con Él en los caminos de su propia historia y se sigue encontrando con Él en la oración, los sacramentos, especialmente la Confesión y la Misa, y en la comunidad cristiana a la que pertenece (parroquia, movimiento, etc.). Y, justamente porque el cristiano conoce a Jesús, también lo reconoce en los más pobres y necesitados: ve en ellos el rostro de Cristo. De ahí que todo cristiano tiene una solicitud especial por ellos. No es mera filantropía, que en sí misma no es mala pero tiene límites, «se agota» dice Francisco. La caridad cristiana, en cambio, es mucho mayor, más profunda y, como dice san Pablo, «no pasa nunca» (1Cor 13,8), es eterna. La caridad cristiana parte de reconocerse uno mismo pobre y necesitado; parte de un corazón humilde que, en palabras del Papa, «no tiene nada de qué presumir y nada pretende, sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelarse al amor misericordioso de Dios» y, así, va conociendo, por su propia experiencia, que Dios nunca abandona a quien se apoya en Él.

Pidamos, entonces, con humildad al Señor que esta Jornada Mundial de los Pobres nos sensibilice ante nuestros hermanos que pasan por algún tipo de pobreza, material o moral, y también ante los que se encuentran enfermos, abandonados o son rechazados por la sociedad. Miles de familias viven en situación de pobreza extrema alrededor de nosotros. Miles de papás y mamás carecen de los ingresos necesarios para alimentar a sus hijos. Miles de niños, jóvenes y ancianos viven descartados por la sociedad. No pasemos de largo ante ellos. No son cifras estadísticas, son personas de carne y hueso como nosotros. Son nuestros hermanos. Veamos sus rostros, escuchemos sus voces y reconozcamos en ellos esa presencia, tal vez medio oculta pero real de Cristo. Pensemos en cómo ayudarles y, si no podemos hacerlo con bienes materiales, hagamos lo que nos dice el Papa: acerquémonos a ellos, démosles un poco de atención, una sonrisa, una palabra de consuelo, seamos sus amigos, «siguiendo las huellas de Jesús, que fue el primero en hacerse solidario con los últimos».

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa