Mes morado
En el mes de octubre millones de peruanos volvemos nuestros ojos al Señor de los Milagros, esa bella imagen que nos recuerda que Dios nos ama tanto que ha enviado a su hijo Jesús al mundo para que, muriendo en la Cruz, obtuviera para nosotros el perdón de los pecados, la reconciliación con el Padre y nuestra divinización por obra del Espíritu Santo. Contemplar este amor, como la Virgen María y el joven apóstol san Juan bajo la Cruz, nos lleva a creer en todo aquello que Dios nos reveló a través de Jesucristo y, por tanto, nos lleva a la conversión que consiste en acogernos a la obra que Dios quiere realizar a favor nuestro y, a través de nosotros, a favor de los demás.
Como el mismo Jesús dijo: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Ese es el amor que Dios nos tiene y por el cual no se ha quedado indiferente ante la desgracia del hombre expulsado del Paraíso, sino que ha querido salir a nuestro encuentro. Como profesamos en el Credo que cada domingo proclamamos en la Misa, Jesús bajó del Cielo por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Es decir, Dios no se ha quedado encerrado en la perfección y plenitud de su vida divina, una vida plena, sin problemas ni sufrimientos, sino que se ha hecho hombre, con todas las limitaciones que esto conlleva, para cargar con las consecuencias de nuestros pecados y darnos a cambio la vida eterna. Derramando su sangre por nosotros, Jesús nos revela que Dios no se ha quedado y no se quedará nunca indiferente ante el sufrimiento humano. Dios ama a todos los hombres, nos ama a cada uno de nosotros, independientemente de la situación en la que nos encontremos, independientemente de que nosotros le amemos o le rechacemos. Aun si nosotros nos olvidamos de Dios, Él nunca se olvida de nosotros.
En tiempos como el nuestro, en el que tanta gente vive como si Dios no existiera, es importante que los cristianos les recordemos que ellos sí existen para Dios y que, en Jesucristo, Él se inclina cada día hacia nosotros porque quiere caminar con nosotros en la historia de este mundo, con todas sus vicisitudes, con las alegrías pero también con los sufrimientos y desilusiones por las que a todos nos toca pasar en algún momento de nuestra vida. Es fundamental que, a través de nuestras palabras y acciones, los cristianos hagamos presente a Dios en medio de la sociedad. Como varias veces lo pidió el Papa Benedicto XVI y ahora lo hace el Papa Francisco, no es bueno para el hombre expulsar a Dios de la sociedad o encarcelarlo en la esfera de lo privado. Dios existe y desea ayudarnos a todos, ayudar a la sociedad. En un país todavía dividido por conflictos de diverso tipo, es cada vez más necesario que Dios tenga carta de ciudadanía entre nosotros, para que reconstruya esos puentes que nos permitan vivir en comunión unos con otros.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa