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MIGRANTES Y REFUGIADOS

En su mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que los católicos celebramos este domingo 29 de septiembre, el Papa Francisco hace un paralelo entre el relato bíblico del Éxodo y la situación de los emigrantes. Como es sabido, el pueblo de Israel había pasado cuatro siglos esclavo en Egipto, hasta que Dios, a través de Moisés, lo liberó del yugo del faraón y lo condujo a lo largo de cuarenta años por el desierto hacia la tierra prometida. En su mensaje, el Papa Francisco nos dice que, «al igual que el pueblo de Israel en tiempos de Moisés, los migrantes huyen a menudo de situaciones de opresión y abusos, de inseguridad y discriminación, de falta de proyectos de desarrollo». En efecto, en el mundo hay cientos de millones de personas que se ven obligadas a dejar su tierra, casa, familia y nación para poder superar la situación de precariedad en la que se encuentran, sea esta causada por crisis económicas, sequías, dictaduras, guerras u otras razones. Pensemos, por ejemplo, en nuestros hermanos venezolanos, millones de los cuales han debido dejar su patria en los últimos años, o en la multitud de latinoamericanos que constantemente migran a Estados Unidos o aquellos de África que huyen hacia Europa, muchos de los cuales mueren en la travesía.

Así, al igual que los hebreos en el desierto, los emigrantes se encuentran con no pocas dificultades, pasan hambre y sed, se enferman o se agotan en los largos trayectos y en ocasiones son tentados por la desesperación. Pero, como también dice el Papa en su mensaje, al igual que el pueblo de Israel, «muchos emigrantes experimentan a Dios como compañero de viaje, guía y ancla de salvación»; porque así como Dios proveyó a su pueblo del maná, las codornices y el agua en el desierto, también son numerosos los migrantes que experimentan que Dios les provee en medio de la precariedad, los sostiene en sus sufrimientos y los salva en situaciones de emergencia. En pocas palabras, como con el pueblo de Israel, Dios camina con los migrantes; pero no sólo eso: Dios no sólo camina con ellos, sino que también camina en ellos. Hay una presencia real, aunque no sacramental, de Jesús en los migrantes, como Él mismo lo dice en el evangelio: «fui forastero [migrante] y me acogisteis» (Mt 25,35).

Desde esa perspectiva, en su mensaje el Papa Francisco nos invita a tomar conciencia de que cada encuentro con un migrante «es una oportunidad cargada de salvación, porque en la hermana o el hermano que necesitan nuestra ayuda está presente Jesús. En este sentido, los pobres nos salvan porque nos permiten encontrarnos con el rostro del Señor». Evitemos, pues, generalizar y calificar a todos los migrantes como personas que ponen en peligro a la población de los lugares a los que llegan. La gran mayoría de ellos sólo buscan integrarse en la sociedad y vivir dignamente, como tantos peruanos que seguro muchos conocemos que se han ido a vivir a otros países en pos de mejores condiciones de vida. En esta Jornada Mundial, unámonos en oración por nuestros hermanos migrantes y refugiados y estemos atentos también para ver cómo podemos cooperar con ellos.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa