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Las armas del combate

Como veíamos la semana pasada, en su mensaje para la Cuaresma que estamos viviendo el Papa Francisco nos dice que para acoger a Dios que en este tiempo viene a liberarnos del poder del pecado y la muerte, hace falta «una lucha…la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira», de «sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás». Veíamos también que el Papa nos dice que esta lucha comienza por detenerse o, dicho en otras palabras, reducir la velocidad con la que vivimos a lo largo del año, para dedicar un tiempo a la oración y al prójimo. En palabras de Francisco: «Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido».

En primer lugar, detenernos en oración. La oración, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, «es la vida del corazón nuevo» (n. 2697). Es un don de Dios, puesto que es Él quien nos inspira para orar y entrar en intimidad con Él; pero, por lo mismo que es un don, no es una imposición sino que requiere una respuesta de parte nuestra, que estamos llamados a darla libremente. Y es ahí donde se hace presente esa lucha de la que habla el Papa, el combate espiritual, porque muchas veces preferimos dedicarnos a otras cosas en lugar de detenernos a orar. Todos corremos el riesgo de dejamos llevar por tantos quehaceres, por un lado, y por otro lado también el demonio nos distrae para impedir que tengamos esa intimidad con Dios. Pero, como también nos dice el Catecismo, «orar es una necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la esclavitud del pecado» (n. 2744).

Pues bien, justamente para ese combate contra nosotros mismos y contra las tentaciones del demonio que no quiere que oremos, son de ayuda el ayuno y la abstinencia, que no son un fin en sí mismos sino medios que nos sirven para auto dominarnos, para dominar esa carne que tantas veces es caprichosa y antojadiza y por la cual tantas veces nos dejamos llevar. En palabras del Catecismo, el ayuno y la abstinencia «nos preparan para las fiestas litúrgicas y contribuyen a hacernos adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón» (n. 2043).

De esa manera, el ayuno y la abstinencia nos ayudan en el combate espiritual que hemos de librar para mantener una vida de oración que, a su vez, está llamada a desembocar en la contemplación de Dios y del prójimo, especialmente del hermano herido y necesitado de nuestra ayuda. Por eso, en su mensaje para esta Cuaresma, el Papa Francisco nos dice que «la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan». Si así lo hacemos, termina diciéndonos Francisco, «la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad, el destello de una nueva esperanza…Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud», que marcará «el comienzo de un gran espéctaculo»: ¡la Pascua en la que Dios viene a salvarnos!

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa