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LA FUENTE DE LA VIDA ETERNA

Para esta tercera semana de Cuaresma la Iglesia nos presenta el encuentro de Jesús, que era judío, con una mujer samaritana. Jesús estaba descansando al lado de un pozo, porque había recorrido un largo camino. La samaritana va a ese pozo a sacar agua, seguramente para su casa como se hacía en aquel tiempo, y Jesús le pide que le invite de beber. Ella se asombra por ese pedido porque en esa época los judíos no se relacionaban con los samaritanos, a quienes, por decirlo de modo sencillo, consideraban como herejes. Comienza así el diálogo en el que Jesús le ofrece un «agua viva» que, en quien bebe de ella, se convierte en fuente de vida eterna (Jn 4,1-14). Algo similar dirá Jesús un tiempo después, ya en Jerusalén: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba…de su seno correrán ríos de agua viva» (Jn 7,37-38). Con esas palabras, Jesús hace referencia al fin último para el cual ha venido a este mundo: darnos esa “agua” que nos haga salir de una vida caduca destinada a terminar en un ataúd y, en su lugar, pasar a la vida eterna.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «el simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo…el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna» (n. 694.) Esa “agua” prometida por Jesús, entonces, hace referencia al sacramento del bautismo a través del cual recibimos el Espíritu Santo y, por medio suyo, la Santísima Trinidad comienza a habitar en nosotros y a hacernos partícipes de su vida divina, la única capaz de saciar la sed de vivir para siempre que todos tenemos. El agua que la samaritana sacaba del pozo sólo saciaba temporalmente su sed, de modo que estaba como “condenada” a volver constantemente a ese pozo. Es lo que nos puede suceder a nosotros si intentamos saciar nuestra sed de vida eterna recurriendo a “pozos” que, aunque puedan calmar temporalmente esa sed, al final nos volverán a dejar sedientos. Esos “pozos” son los ídolos de este mundo, que nos ofrecen una felicidad que en realidad no pueden dar sino que sólo dan una caricatura de ella. El dinero, el placer, el poder no sólo jamás podrán saciar nuestra sed de vida eterna; por el contrario, si nos aferramos a ellos terminan narcotizándonos, adormeciendo en nosotros esa sed y condenándonos a volver a ellos por un “agua temporal” que convierte la vida del hombre en un callejón sin salida.

Jesucristo ha venido al mundo para rescatarnos de ese callejón sin salida y abrir para nosotros la puerta de ingreso a la vida eterna. Esa puerta es el sacramento del bautismo. Por eso, en esta semana quisiera invitarlos a preguntarse, cada uno, cómo está viviendo su ser bautizado. ¿Estamos aprovechando los medios que, a través de la Iglesia, Dios nos da para que crezca en nosotros la gracia bautismal? O, pese a estar bautizados, ¿buscamos la felicidad en los ídolos de este mundo? La Pascua que nos estamos preparando a celebrar es el momento propicio para renovar nuestro bautismo y hacer posible que Dios sacie en nosotros la sed de vida eterna, felicidad sin fin que comienza en este mundo, para la cual Él nos ha creado.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa