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Los Reyes Magos

La fiesta de la Epifanía, que celebramos este domingo, es conocida también como el día de los Reyes Magos. Sabemos por los evangelios que los primeros a quienes Dios les revela el nacimiento de Jesús eran pastores, gente sencilla del pueblo de Israel (Lc 2,8-20). En cambio, los magos a quienes hace referencia la fiesta de hoy eran hombres de ciencia y sabiduría y provenían de otros pueblos. Ellos se pusieron en camino guiados por una estrella que, según sus conocimientos, anunciaba el nacimiento del rey de los judíos (Mt 2,1-2). Con esta fiesta, entonces, la Iglesia celebra la manifestación de Jesús a todas las naciones, es decir que Jesús no vino sólo a salvar al pueblo de Israel sino que la salvación que Él ofrece es universal, la ofrece a todos, porque como dice san Pablo «Dios no hace acepción de personas» (Rom 2,11) sino que, como nos lo transmite san Mateo, «hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).

Es posible que los magos conocieran el anuncio que bastantes siglos antes había hecho Balaán, que tampoco formaba parte del pueblo judío: «Avanza una estrella de Jacob y surge un cetro de Israel». Según esta profecía, de Israel surgiría un rey al que se someterían todos los pueblos (Num 24,14-24). En consonancia con ese anuncio y la peregrinación de los magos de Oriente hasta Belén, a lo largo de los siglos la Iglesia ha interpretado que la estrella que los guió simboliza al mismo Jesús, cuyo nacimiento también había sido profetizado ocho siglos antes por Isaías en Jerusalén: «El pueblo que caminaba en las tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló…porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado y lleva a hombros el principado» (Is 9,1-5). En esta fiesta de la Epifanía, entonces, celebramos que Jesús es esa luz que nace de lo alto y ha venido a iluminar y dar vida eterna a todos los hombres que habitan en este mundo: varones y mujeres, ricos y pobres, sabios o no, de todos los pueblos y culturas. Así lo afirmó Él mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Como hace unos años dijo el Papa Benedicto XVI: «El mundo, con todos sus recursos, no es capaz de dar a la humanidad la luz para orientarla en su camino…Pero la Iglesia, gracias a la Palabra de Dios, ve a través de estas nieblas… y ofrece la luz del Evangelio a todos los hombres de buena voluntad» (Angelus, 6.I.2012). Es la misión que Jesús encomendó a sus discípulos desde los inicios: «Ustedes son la luz del mundo…Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en los cielos» (Mt 5,14-16). Jesús es la luz del mundo. Él ha venido a iluminarnos la verdad sobre Dios y sobre nosotros los hombres. Dios es amor, esta es la luz que ilumina nuestra vida y que en esta fiesta de la Epifanía nos invita a no caminar en las tinieblas del pecado y de la muerte, sino a dejarnos amar gratuitamente por Él para que también nosotros podamos amar a todos y, de esa manera, ser reflejo de su luz para que todos los pueblos puedan llegar al conocimiento de la verdad y, acogiéndola, alcanzar la vida eterna.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa