Testigos
El mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de las Misiones que celebraremos el próximo domingo 23 de octubre se inspira en la promesa que, antes de subir al Cielo, Jesús hizo a sus apóstoles y a través de ellos a la Iglesia de todos los tiempos: «El Espíritu Santo vendrá sobre ustedes y recibirán su fuerza para que sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). A partir de estas palabras, el Papa nos recuerda que la Iglesia es misionera por naturaleza y que su misión consiste en evangelizar el mundo. Por tanto, nos sigue diciendo: «cada cristiano está llamado a ser misionero y testigo de Cristo», pero no de modo autónomo sino en comunión con la comunidad eclesial y tampoco sólo con palabras sino con su forma de vivir y relacionarse con los demás. Es a través de la participación en la vida de la Iglesia, sea en una parroquia, un movimiento apostólico u otra realidad eclesial, que el cristiano va siendo transformado por la gracia Dios y esto hace posible que autocomprenda su vida en clave de misión. De modo que, ahí donde se encuentre, el verdadero cristiano es testigo del amor de Dios a toda la humanidad, manifestado en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Como hace unos años escribió el mismo Papa: «La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo y hacerlo conocer?» (EG, 264). En efecto, en la medida en que el cristiano se va encontrando con el amor de Dios y abriéndose a Él, brota en lo profundo de su ser el impulso de anunciar y hacer presente ese amor a los demás, empezando por la propia familia, el barrio, los compañeros de estudio o de trabajo…hasta ir más allá de los lugares habituales para seguir dando testimonio de Él. Por eso, nos sigue diciendo Francisco en el mensaje que estamos comentando: «La Iglesia de Cristo era, es y será siempre “en salida” hacia nuevos horizontes geográficos, sociales y existenciales…siempre debe ir más allá de sus propios confines, para anunciar el amor de Cristo a todos».
Ahora bien, para ser testigos de Jesucristo en medio del mundo no basta la buena voluntad ni las solas fuerzas humanas. El mismo Jesucristo lo dijo: «Miren que los envío como ovejas en medio de lobos…serán odiados de todos por causa de mi nombre» (Mt 10,16-22). Ser testigo de Jesucristo, vivir conforme a su Evangelio y anunciar su Palabra, no siempre es fácil. No sólo por la propia debilidad humana ante las tentaciones del pecado, sino también porque muchas veces los cristianos son incomprendidos, insultados, perseguidos, difamados, desechados, físicamente agredidos y hasta asesinados (cfr. 1Cor 4,12-13; Mt 10,17-21). De hecho, la Iglesia ha tenido más mártires en el siglo veinte que en todos los siglos anteriores juntos, y todo indica que en este siglo se volverá a batir el “récord”. Ser testigo de Cristo, entonces, requiere de esa fuerza del Espíritu Santo que prometió Jesús a los apóstoles, porque, termina diciendo el Papa en su mensaje, «es la única fuerza que podemos tener para predicar el Evangelio y confesar la fe en el Señor».
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa